Al ritmo de las congas y el yembé, los viernes por la tarde tienen otro sabor en La Luciérnaga, la Banda Libre despliega su repertorio y hace mover hasta al bailarín menos experimentado. Pues cada ensayo se vive como una gran presentación. Tienen entre 13 y 19 y hace más de un año la música le pone color a sus vidas.
Son adolescentes curiosos, creativos, ocurrentes y tienen algo que a muchos les falta para ensamblar estas tres virtudes, ganas y compromiso con lo que hacen. Comenzaron tocando con baldes y botellas, ellos mismos fabricaban los instrumentos. “Hicimos un xilofón con unos tubos que habían sobrado de una conexión de gas que habían hecho. Era un poco batucada, nos costaba darle una buena sonoridad”, cuenta con sinceridad Mateo Silvestrini, uno de los profes.
Empezaron tocando cumbia por elección del grupo, canciones dedicadas al amor, el desamor, los jóvenes enamorados y pronto tienen pensado incorporar otros estilos musicales. Aunque interpretan melodías conocidas, su idea es comenzar a tocar sus propias canciones, con letra y música compuesta por ellos mismos.
Además tienen como objetivo próximo, empezar a grabar algo de lo que hacen, no solo para que los chicos lo tengan en su casa, sino también para su difusión. Más allá de que han tenido varias presentaciones y shows, muchos aun desconocen la existencia de esta banda y contar con el disco sería un importante paso para lograr este objetivo.
Para que vayan conociéndolos, se los presentamos, Fernanda toca el bongó, Lourdes acompaña, Rocío en el yembé y voz, Carlitos y Nahuel cantan, Florencia en las congas y el cajón, Axel toca timbaletas y Jonathan el güiro. Los profes que coordinan son Mateo, Guillermo y Lucas, encargados de llevar adelante el grupo. “Nace de ellos esto, nosotros le damos muy poquito, ellos agarran todo lo que les dimos y hacen algo grande y lo van transformando. Es increíble verlos tocar, la felicidad que les produce es muy reconfortante”, relata orgulloso Mateo.
“La música nos cambió la actitud, nuestro ser”, dice Carlitos, mientras Nahuel asegura: “A mí me tranquiliza mucho, los días que estoy alterado, me hace bien, es una terapia”. Otros afirman que van al taller porque hacen amigos, se sienten cómodos y lo viven como si fueran una gran familia. Los chicos lo disfrutan y aprenden haciendo lo que les gusta. “Acá la onda está, la música sale, nosotros nos divertimos y de corazón”, agrega el profe.
La mayoría de los chicos que asiste a diario a La Luciérnaga, vienen con historias de vida muy duras, por eso es muy importante para ellos sentirse realizados con lo que hacen. En cuanto al taller de música y a las presentaciones de los grupos, (también ensaya por la mañana la otra banda, los Renacidos de la Música) las familias acompañan mucho y no se pierden ninguna función.
El papá de uno de los chicos del grupo, quizás el alma de la banda, comenta: “Hace varios años que Nahuel viene, cambió totalmente, ya no anda en la calle, jugando aprende. Todos mis hijos vienen a La Luciérnaga. Siento un orgullo muy grande por él, una satisfacción de parte mía. Para él es un logro importante y a donde va a tocar lo seguimos. Él está entonado, yo de chico lo hice y lo repite Nahuel ahora, para mí es una satisfacción enorme”.
El principal objetivo del taller, según Alicia, una de las coordinadoras de la organización, es que vayan adentrándose en el mundo de la música, que es un bien cultural del que uno dispone y a lo mejor ellos lo veían como algo que hacían los otros. Lo positivo es que los adolescentes lo incorporan de una manera perceptiva importante.
El domingo 12 de agosto las bandas se presentaron en nuestro centro vecinal con motivo del festejo por el día del niño y el día 25 de agosto pisaron el escenario del Teatrillo Municipal para deleitarnos con su alegre repertorio. Muy sonrientes y con un gran entusiasmo calientan motores y se ponen a punto, para un show que promete, alegría, fuerza y mucho ritmo.
Un trabajo que no tiene precio
La Luciérnaga es una organización humana al servicio de los niños, sobre todo para promover y proteger algunos de sus derechos. Preservar su derecho a estudio, al juego, al buen trato (que no sean maltratados). Hace 11 años se constituyeron en San Francisco como un brazo de la Luciérnaga Córdoba y hace seis decidieron tomar un rumbo diferente, no porque no persigan los mismos fines, sino porque la venta de la revista en las calles iba en contra del principal objetivo, que los chicos pasen el menor tiempo fuera.
“Es un espacio donde intentamos acortar brechas, que puedan terminar la escuela, se puedan mantener dentro del sistema educativo, pero no solo estando, sino que puedan adquirir las competencias mínimas para desarrollarse. Se brinda apoyo escolar, hay un equipo de trabajadores sociales, una estudiante de psicopedagogía que establece el contacto con las escuelas y las familias, abordando cada una de las problemáticas particulares”, manifiesta Alejandra, la directora de la entidad.
Los chicos asisten todos los días, tres horas y encuentran, además un espacio en común, de contención afectiva y de identificación. “Al principio los buscamos nosotros a los chicos, en barrio Parque. Después empezaron a llegar desde las escuelas, desde el juzgado de menores, de la parte de prevención y correccional. De la residencia, hay chicos que están en el grupo de la mañana que son de la residencia. De boca en boca, traen a un amigo, un vecino, un primo”, explica Alicia.
En el 2006, se refundó la Luciérnaga desde otro punto de vista al del comienzo y se cortó la conexión con Córdoba. Las profesionales a cargo sostienen que el tiempo que los chicos pasaban vendiendo revistas, se desviaba de la lucha propia contra el trabajo infantil y el intentar alejarlos de la calle. Hoy los adolescentes participan de distintos talleres, además de recibir el apoyo escolar.
“Trabajar acá no es una cuestión de caridad, sino considerar que hay condiciones que no deben existir y que tenemos que aportar a eso. Trabajar con las condiciones concretas de existencia y remarla día a día. Porque una cosa es lo que podemos trabajar acá y después la condición social en el barrio es más fuerte. Es que sientan que tienen una posibilidad”, sostiene Alejandra.
Esta ONG se sustenta por la ayuda que recibe del Concejo de Discapacidad y Minoridad de San Francisco y de la Secretaría de la Niñez de la provincia. Sin embargo no es una ayuda sostenida, porque la reciben una vez que les aprueban por medio de concursos, alguno de los proyectos que elaboran. En menor proporción, cuentan con 200 socios que abonan mensualmente una cuota de 10 pesos, pero sin dudas este aporte es mínimo para el importante trabajo que estas personas realizan a diario con los chicos. La sede de La Luciérnaga, Rivadavia 560, San Francisco.
Fuente:Darío Pérez FMR
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